(este texto corresponde al editorial de Visual, mayo de 2010)
No nos ocupa a nosotros entrar en el análisis de la situación de la economía, ni siquiera de refilón. Pero quizá, en lo que afecta a la actividad del diseño, sí nos toca proponer alguna reflexión.
Conviene realizar un análisis de lo que ha sido la actitud de los organismos públicos responsables en los últimos quince años. En lo que hoy se demuestra como un error estratégico –nos hemos hartado de decirlo en todo este tiempo– el diseño ha sido entendido por el ministerio, el que tocara en cada momento, como un elemento al servicio de las políticas de promoción de las pequeñas y medianas empresas. Este modelo ha sido seguido en mayor o menor medida por los equivalentes en las distintas autonomías, a excepción hecha de Cataluña, donde la promoción del diseño guarda un equilibrio compartido entre “cultura” e “industria”.
La parte más visible de esta actividad, y en la que se han invertido importantes recursos, han sido los programas de ayuda a las PYMES. Básicamente, consiste en localizar y ofrecer ayudas a empresas con supuestas necesidades de diseño a las que se les asigna un diseñador. Una relación forzada e inestable, en la que la mayor motivación para el empresario suele ser que el diseño es gratis –o casi– y el diseñador se ve obligado a trabajar con unos honorarios muy por debajo del precio de mercado, con un cliente poco motivado. Ha habido excepciones, pero en la mayoría de los casos ha sucedido que se ofrecía unos servicios que las empresas no necesitaban, o no eran conscientes de que existiera esa necesidad, y los diseñadores trataban de cumplir con el expediente luchando contra unas condiciones de precariedad en el encargo que hacían difícil unos resultados aceptables. Frente a esa limitación en los recursos asignados a cada proyecto, se invertía, ahí sí, en la difusión de los resultados –catálogos, presentaciones y exposiciones– con la intención ingenua de que podría producirse un efecto de concienciación y llamada entre los empresarios, y que en realidad tenía mucho más de justificación y autobombo de los convocantes.
Dentro de esta política, la machacona insistencia con que se ha pretendido identificar el diseño con la competitividad y con la innovación, no ha servido sino para trasladar una imagen del esta actividad como elemento puntual y superfluo, y no como elemento estable dentro de una estrategia horizontal en las empresas. El diseño ha sido usado como ariete de una política de promoción de las PYMES que no cuestionamos. Incluso es posible que los resultados globales hayan cumplido con las expectativas de los distintos ministros de industria, economía, tecnología… a cambio, el papel del diseño como herramienta como tanto les gusta repetir, ha sido en realidad el de maza de derribo, recibiendo todos los golpes: a los programas de “diseño gratis” para los empresarios a los que aludíamos podemos añadir la generalización de concursos vergonzantes desde todos los ámbitos de las administración, desde presidencia del gobierno y su ya famoso concurso “repullazo” para la identidad del Gobierno de España, pasando por las aventuras olímpicas del alcalde de Madrid, hasta el último cartel de ayuntamiento menor. Un ejemplo que no tardaron en secundar también las empresas y organismos privados, y que ha traído consigo un fenómeno escalofriante: la contratación de diseño como evento promocional, donde el resultado deja de ser la prioridad, siempre que el ruido sea suficiente.
No ha quedado fuera de la estrategia el Premio Nacional de Diseño, condicionado por su versión “empresarial” y donde el diseñador ha sido siempre comparsa.
Decenas de iniciativas con propuestas de calidad (congresos, exposiciones, publicaciones, asociaciones) han visto como el apoyo institucional es anecdótico cuando no inexistente –ni están ni se les espera–, obligándoles a paliar con entusiasmo la precariedad de medios y acarreándoles la imposibilidad de crecer, cuando no su desaparición. Frente a ello, escandalosas cifras son despilfarradas por los organismos de promoción del diseño en cursos y eventos para empresarios, de dudosa eficacia, donde siempre la gestión es el sustantivo y el diseño, complemento circunstancial.
Hoy, quizá por la crisis, es cuando los resultados se nos presentan con crudeza: estudios que se extinguen, ausencia de contratación y precariedad laboral, un mercado inestable en el que el diseño aparece como prescindible.
Pero no nos equivoquemos, estamos ante el resultado de todo lo anterior. El ariete o maza de derribo ha llegado a la crisis astillado, romo, cansado, ineficaz, frágil en su estructura. Sólo tienen ahora dos opciones, dedicar todos los esfuerzos a reconstruirlo y reforzarlo, invertir en devolverle su eficacia por sí mismo subsanando la desidia de todos estos años, o abandonarlo a su suerte, que posiblemente no sea otra que el de madera para quemar. No somos optimistas, no creemos que vaya a suceder lo primero. Pero por advertirlo, que no quede.
2 comentarios:
tranquilo Alvaro: ahora que el ddi pasa a depender de ENISA, todo cambiará.
Supongo que el comentario es irónico... ¿no?
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