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3.7.13

de los besugos y el precio fijo de los libros

El lector es un consumidor. Hay que dejar de verle como un animoso romántico que participa de nuestro postureo. Ese consumidor ve cómo el producto está sujeto a un pacto entre productores cuyo objetivo y consecuencia es que él pague más. Eso en cualquier sector sería ilegal y nos caería un multazo (como a las eléctricas, o a las gasolineras), pero nosotros en el 75 –que esto no viene del siglo XIX– conseguimos que este rejonazo nos lo avalara una ley proteccionista y caduca. Pero pretendemos del lector su complicidad y su cariño… y su dinero. Ahora el lector tiene opciones –aprovechar portales que no cumplen el pacto porque venden desde otro país, pasarse al lado oscuro donde los libros son gratis, beneficiarse de un préstamo en biblioteca que ya no supone la incomodidad de la lectura presencial ni el desplazamiento…– sigamos ahí enrocados, defendiendo lo indefendible. No ha muerto la música sino la discográfica. No ha muerto el cine sino las salas de cine. No morirá la lectura, sólo los editores.

En mi casa no cenamos besugo. Pero a veces, si un sábado por la tarde el pescadero me dice que tiene un besugo a mitad de precio, hago el esfuerzo y cenamos besugo. Pero nosotros preferimos tirar los besugos antes que dar la oportunidad de que coman besugo los que no comen besugo. Y ya se sabe, los besugos en la basura enseguida huelen.

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Álvaro Sobrino. Diseñador gráfico, periodista y editor.
Mantiene una columna en la revista VISUAL, con el nombre de Crónicas de Pseudonimma, donde recoge opiniones de otros y las suyas propias acerca de la actualidad del diseño español.