
burócratas verdes
Siempre me ha parecido que las certificaciones son un mal menor, supongo que necesarias pero engorrosas. Hacer las cosas bien es a veces menos rentable, tener que demostrarlo es un esfuerzo añadido y no recompensado. Y que por cierto, parece que hay un empeño en que los estudios de diseño también nos subamos a ese carro, tan competitivo en el buen sentido de la palabra, pero en el malo también.
Esta semana salió de máquinas la primera entrega –en forma de cartel– de una iniciativa que llevábamos barruntando en el estudio desde hace tiempo. Esta serie de carteles remite a los viejos catálogos de fotocomposición y su estética, y donde aquel lorem ipsum o jovencito emponzoñado son esta vez mención de la Declaración de los Derechos Humanos.
El mecenas en esto, una de las mejores imprentas de Madrid, no quiso contentarse, y a iniciativa suya servirán también como bandera de la certificación FSC, que garantiza una "gestión forestal ambientalmente responsable, socialmente beneficiosa y económicamente viable".

El cartel debía ir impreso a una tinta, porque no necesitaba más. En ello andábamos, cuando al solicitar la puñetera certificación les dicen que el sellito de marras no puede aparecer en rojo. O verde, o negro. De nada han servido las explicaciones. Finalmente, la opción era quitar el sello o imprimir a dos tintas. Con criterio más ponderado que el mío, mi cliente ha hecho lo contrario de lo que yo hubiera hecho, bien está. Así, quedan para el escarnio de los burócratas verdes 8.000 ejemplares distribuidos a los diseñadores de este país, en escuelas de diseño, empresas...
Pero ello no quita para que para poder decir que somos "ambientalmente responsables" ha tenido que usarse más electricidad, más tinta, más agua, una plancha más, y se han generado residuos innecesarios. Y todo por la intransigencia de un manual de uso de la marca manifiestamente equivocado, y la miopía y torpeza de esos funcionarios de la ecología.