Este blog está discontinuado

Hola. Este blog ya no se actualiza. Pero me pareció bien que todo este material siguiera estando ahí. Por si alguna vez alguien quiere leerlo, y por contribuir a la basura informática.
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20.1.05

lomo arriba, lomo abajo...

La he tenido enorme y encontrada con un grupo de amigos grafistas (si es que lo que no puede ser es que además de tener que competir en este chungo mercado de lunes a viernes encima seamos amigos el findesemana y quedemos a cenar...) sobre si el lomo de un libro debe leerse de abajo arriba o vicealcontrario; lo que empezó como recurrente sobremesa acabó en gritos, desafíos, alusiones a la capacitación para el ejercicio del diseño y desafiantes miradas al despedirnos. Cuando estas cosas se enfrían, todo pasa y al final somos más amigos que antes. O sea, que seguiremos quedando a cenar algun sábado para enfadarnos. Como quiera que no voy a utilizar mi situación dominante (a ellos no les corresponde escribir esta página) para defender mi razón, he encontrado una unica referencia bibliográfica al respecto. Como no podía ser de otro modo, la cita es del maestro José Martínez de Sousa en su importante, impresionante, impactante, impecable, impepinable, imponente, imprestable, impagable e imprescindible “Diccionario de edición, tipografía y artes gráficas” editado por Trea (si aún no lo tienes, querido lector, deja de perder el tiempo leyendo esto y sal corriendo a encargarlo en tu librería habitual). dice de Sousa:
“Título de lomo: Título que figura en el lomo del libro. Al igual que en el caso del título de cubierta, el lomo no siempre refleja exactamente, en su grafía, contenido y disposición, el de la portada. Según la forma de disponer el título en el lomo, recibe aquel una determinada denominación. Se llama título transversal cuando, por su extensión o su forma de composición, permite colocarlo paralelo a la cabeza y pie del libro; se llama título ascendente cuando se lee de abajo arriba, y se llama título descendente cuando se lee de arriba abajo. Cuando el título es demasiado largo para que adopte una disposición transversal, la costumbre tradicional, tanto en el mundo latino como en el anglosajón, era la de colocarlo de forma ascendente, es decir, de manera que se leyera de abajo arriba, porque de esta manera se lee con más facilidad que a la inversa cuando se coloca el volumen en una estantería. En 1926, la Asociación de Libreros de Gran Bretaña e Irlanda recomendaron que el título en el lomo se leyera de abajo arriba cuando no podía ir transversal. Sin embargo, en 1948 cambiaron de opinión y recomendaron lo contrario, tal vez por influencia de la ISO (International Organzation for Standarization, ‘Organización Internacional de Normalización’), fundada dos años antes (1946), que había decidido establecer la norma al revés de como se venía practicando. Actualmente, la norma UNE 50-120-92, versión por la Aenor de la norma ISO 6357:1985, establece que el título debe disponerse de arriba abajo, y añade: “Esta forma de título en el lomo se lee fácilmente cuando el libro está situado horizontalmente con la cubierta hacia arriba”. Este texto sugiere al menos dos comentarios: primero: cuando el libro está situado horizontalmente con la cubierta hacia arriba, lo que se lee con más facilidad es el título de la cubierta, no el del lomo; segundo: el título ascendente (“no normalizado”, dice la referida norma) se lee con más facilidad que el descendente cuando el libro muestra su lomo en un estante (que es la posición para la cual se emplea el título en el lomo); siendo esto así, resulta incomprensible por qué la norma internacional obliga a un comportamiento que entra en colisión con la lógica. Puesto que los libros se hacen para que ocupen un estante y no, en general, `para que estén sobre una mesa (caso en el cual tampoco existe problema, como se dice antes), es legítimo seguir la tradición latina y anglosajona de colocar el título en forma ascendente, con lo que se favorece al lector”. Pues eso.
(de Pseudonimma)

10.1.05

Excelencia Empresarial

El Ministerio de Industria, Turismo y Comercio ha concedido los Premios Príncipe Felipe a la Excelencia Empresarial. Estos Premios que se entregan en nueve categorías (aunque la de energías renovables y eficiencia energética quedó desierta) incluyen entre ellas una, la que nos ocupa, la de Diseño.
Este Premio tiene varias ventajas. Por un lado, su convocatoria nos da (aún más, si cabe) la razón a quienes venimos defendiendo que hay que replantearse la idoneidad del premio nacional de diseño a una empresa. Más que nada por aquello de la redundancia. Si a ello se le añade que unos (los Principe Felipe) y otros (los Nacionales de Diseño) serán convocados en sus próxima edición por el mismo ministerio y posiblemente dependan de la misma secretaría e incluso puede que del mismo departamento (o al menos hay que esperar que el papel del Ddi vaya a ser fundamental en ambos), cabe la posibilidad de que a alguien se le encienda la bombilla de la sensatez y se plantee que existiendo uno no tiene sentido el otro.
Por otra parte, el hecho de que sean honoríficos ahonda también en la idea de que este tipo de premios a empresas deben serlo así, mientras que los que se conceden a profesionales, ya sean bailarines, acróbatas, poetas o cocineros, todos –hasta los cuarentaitrés que hay– se acompañan de una dotación económica; a excepción, por motivos que siguen sin ser explicados, del que se otorga a los diseñadores (“...esos premios que tienen dotación sólo para sí mismos”, que dijera Juli Capella).
Pero si sacamos a colación esto es porque este año se ha hecho un paréntesis para que el Premio de Diseño a la excelencia empresarial (que por inercia se suelen llevar fabricantes de producto, lo mismito que sucede en el nacional) se le diera a una empresa vinculada no sólo al diseño industrial sino también al gráfico, en el entendido que la señalización y la implementación de identidad visual conforman el espacio confluente de ambas disciplinas. Así, la magnífica noticia de que el Premio Principe de Asturias a la Excelencia Empresarial, en el apartado de Diseño, ha sido este año para SIGNES, más allá de la satisfacción que a algunos nos produce, se manifiesta como el reconocimiento a un modo de entender la cultura del diseño muy por encima del metro cuadrado o lineal de perfiles, luminosos o lonas. O lo que es lo mismo, se incide de un modo directo en destacar que la eficacia empresarial no siempre es sólo producción, facturación y resultados, sino que puede también ser cuando menos compatible con el compromiso, la cultura, el fomento de iniciativas propias y el respaldo a las ajenas en una actitud militante de defensa de la actividad del diseño. En el caso que nos ocupa, además, ello se hace de un modo especialmente enérgico con todo aquello que tenga que ver con el apoyo a los futuros diseñadores y la presencia del diseño como inquietante de la inteligencia en nuestra sociedad. Así, el reconocimiento es la consecuencia lógica de un modo de hacer distinto, mejor. Y para no poner ni quitar, como sucede a veces lo mejor de estos premios es la justificación redactada del Jurado, a saber: “por su significativo aporte creativo y la calidad de sus productos y servicios ofrecidos en su dilatada y singular trayectoria; porque han convertido su empresa en una herramienta fundamental para la eficiente evolución del diseño gráfico en el mercado y por su permanente, generoso y valiente apoyo a las nuevas generaciones de diseñadores”.
Alguien se preguntará cómo es posible que le haya de llegar a SIGNES de la mano de los genéricos Príncipe Felipe en lugar del específico, que sería el Premio Nacional de Diseño; efectivamente, la cicatería y entreguismo de uno de los organizadores (el BCD) y las prácticas fraudulentas del otro (Ministerio) han desvirtuado los premios nacionales hasta ese extremo. Hoy, para SIGNES, a la coherencia de ni siquiera entrar en la oscura terna año tras año renunciando así de antemano a la posibilidad del Premio, se le suma el que sea otro Jurado, otro Premio, otro Ministerio el que le dé la razón.
Álvaro Sobrino. Diseñador gráfico, periodista y editor.
Mantiene una columna en la revista VISUAL, con el nombre de Crónicas de Pseudonimma, donde recoge opiniones de otros y las suyas propias acerca de la actualidad del diseño español.