Excelencia Empresarial
El Ministerio de Industria, Turismo y Comercio ha concedido los Premios Príncipe Felipe a la Excelencia Empresarial. Estos Premios que se entregan en nueve categorías (aunque la de energías renovables y eficiencia energética quedó desierta) incluyen entre ellas una, la que nos ocupa, la de Diseño.
Este Premio tiene varias ventajas. Por un lado, su convocatoria nos da (aún más, si cabe) la razón a quienes venimos defendiendo que hay que replantearse la idoneidad del premio nacional de diseño a una empresa. Más que nada por aquello de la redundancia. Si a ello se le añade que unos (los Principe Felipe) y otros (los Nacionales de Diseño) serán convocados en sus próxima edición por el mismo ministerio y posiblemente dependan de la misma secretaría e incluso puede que del mismo departamento (o al menos hay que esperar que el papel del Ddi vaya a ser fundamental en ambos), cabe la posibilidad de que a alguien se le encienda la bombilla de la sensatez y se plantee que existiendo uno no tiene sentido el otro.
Por otra parte, el hecho de que sean honoríficos ahonda también en la idea de que este tipo de premios a empresas deben serlo así, mientras que los que se conceden a profesionales, ya sean bailarines, acróbatas, poetas o cocineros, todos –hasta los cuarentaitrés que hay– se acompañan de una dotación económica; a excepción, por motivos que siguen sin ser explicados, del que se otorga a los diseñadores (“...esos premios que tienen dotación sólo para sí mismos”, que dijera Juli Capella).
Pero si sacamos a colación esto es porque este año se ha hecho un paréntesis para que el Premio de Diseño a la excelencia empresarial (que por inercia se suelen llevar fabricantes de producto, lo mismito que sucede en el nacional) se le diera a una empresa vinculada no sólo al diseño industrial sino también al gráfico, en el entendido que la señalización y la implementación de identidad visual conforman el espacio confluente de ambas disciplinas. Así, la magnífica noticia de que el Premio Principe de Asturias a la Excelencia Empresarial, en el apartado de Diseño, ha sido este año para SIGNES, más allá de la satisfacción que a algunos nos produce, se manifiesta como el reconocimiento a un modo de entender la cultura del diseño muy por encima del metro cuadrado o lineal de perfiles, luminosos o lonas. O lo que es lo mismo, se incide de un modo directo en destacar que la eficacia empresarial no siempre es sólo producción, facturación y resultados, sino que puede también ser cuando menos compatible con el compromiso, la cultura, el fomento de iniciativas propias y el respaldo a las ajenas en una actitud militante de defensa de la actividad del diseño. En el caso que nos ocupa, además, ello se hace de un modo especialmente enérgico con todo aquello que tenga que ver con el apoyo a los futuros diseñadores y la presencia del diseño como inquietante de la inteligencia en nuestra sociedad. Así, el reconocimiento es la consecuencia lógica de un modo de hacer distinto, mejor. Y para no poner ni quitar, como sucede a veces lo mejor de estos premios es la justificación redactada del Jurado, a saber: “por su significativo aporte creativo y la calidad de sus productos y servicios ofrecidos en su dilatada y singular trayectoria; porque han convertido su empresa en una herramienta fundamental para la eficiente evolución del diseño gráfico en el mercado y por su permanente, generoso y valiente apoyo a las nuevas generaciones de diseñadores”.
Alguien se preguntará cómo es posible que le haya de llegar a SIGNES de la mano de los genéricos Príncipe Felipe en lugar del específico, que sería el Premio Nacional de Diseño; efectivamente, la cicatería y entreguismo de uno de los organizadores (el BCD) y las prácticas fraudulentas del otro (Ministerio) han desvirtuado los premios nacionales hasta ese extremo. Hoy, para SIGNES, a la coherencia de ni siquiera entrar en la oscura terna año tras año renunciando así de antemano a la posibilidad del Premio, se le suma el que sea otro Jurado, otro Premio, otro Ministerio el que le dé la razón.
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