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3.9.07

Cuando saltó el despropósito que suponía el concurso de ideas para el logotipo del gobierno, hace dos meses, parecía que era un escándalo considerable... quién nos iba a decir que aquello era sólo la anécdota, y que lo peor estaba aún por venir.
Los hechos son conocidos, el hilo ha podido seguirse en internet en foros y bitácoras, y la mayoría de periódicos se han hecho eco en sus páginas.
Como se recordará, las asociaciones habían firmado un documento conjunto protestando por la convocatoria del concurso. Presidencia de Gobierno, viendo que existía un malestar general entre los profesionales, contacta con algunas de estas asociaciones ofreciéndoles estar en el jurado, siendo AEPD la única que se somete. En un comunicado a sus socios, justifica el cambio de postura argumentando que “consideramos que en la práctica un buen jurado, experto, representativo y profesional puede introducir esas mejoras y seleccionar la mejor propuesta, objeto del concurso, o en el caso de no haber propuestas de suficiente calidad declararlo desierto. (…) Entendemos que la posición de negativa del concurso y de enfrentamiento a las instituciones, dificulta futuras negociaciones y crea un abismo entre éstas y los diseñadores”. De lo que ha pasado después se deduce que esta complacencia no estaba justificada: proceso y resultado han sido desastrosos, y no se tenía que haber estado ahí.
La convocatoria sigue su curso sin variar un ápice el planteamiento. Los plazos de tiempo se superan y no es hasta mediados de agosto cuando se conocen los resultados. El mismo día en que los periódicos publican el logotipo ganador, en varios foros sobre diseño aparece la información de que es prácticamente igual que el del gobierno alemán, diseñado hace una década por el prestigioso estudio MetaDesign.

El plagio

No es poco habitual que en un concurso abierto e indiscriminado acabe por descubrirse que el trabajo ganador es un plagio. Por muy experto que sea el jurado, es imposible evitarlo. Aunque en este caso, la copia es tan torpe y evidente, y la referencia tan relevante que a poco que hubieran hecho los deberes, se habrían dado cuenta.
En realidad es una consecuencia del proceso viciado: la profesionalidad se demuestra también en eso, y cuando se renuncia a ella de antemano...
En cualquier proceso de diseño de identidad la investigación de lo existente es un eje fundamental en la fase previa. En muchas ocasiones, en el mismo encargo existe documentación al respecto, y si no es así es el propio diseñador quien la recaba. Por otra parte, las exigencias de un buen brief, y en su caso el contrabrief que el diseñador realice y consensue con el cliente, marcan las pautas a seguir, las necesidades, los objetivos, el target, etc. Todo este proceso es inexistente en los concursos abiertos. Siendo así, no es de extrañar que existan auténticos profesionales del concurseo. Al fin y al cabo, en estos casos el objetivo no tiene nada que ver con el diseño: se trata de ganar el concurso, y el público objetivo es el jurado.
Dejando la profesionalidad al margen, es sencillo: uno elabora una recopilación de trabajos ya hechos con características similares, en eso internet y Google son una gran ayuda, y en pocos minutos se dispone de cientos de soluciones. Por este procedimiento es barato, rápido y rentable presentarse a decenas de concursos: turismo, identidad, carteles, etc. Lo más probable es que nadie se dé cuenta, e incluso aunque así sea, la polémica saltará cuando ya se haya obtenido el importe del premio, que las instituciones rara vez reclaman, porque sería tanto como reconocer su error. Frente a esto sólo hay dos obstáculos: el primero es que uno se juega su prestigio profesional: para ello hay que tenerlo, y que importe perderlo. También hay una cuestión de ética profesional, a la que apelar a estas alturas resulta ingenuo.
Cuando se descubre “el pastel”, siempre queda como recurso intentar acogerse a la coincidencia... No es el caso: Cuando Juan Repullés, director del estudio Margen y autor del logo es preguntado en una entrevista en el diario ADN sobre si conocía el logotipo del Gobierno alemán, contesta: “Por supuesto. Hemos analizado los logos de todos los países europeos y de otras importantes naciones, no sólo de Alemania”.

El reconcurso

Algunos diseñadores “de reconocido prestigio” han recibido a mediados de agosto una carta convocándoseles a un nuevo concurso. También estaba previsto que participara el ganador, queda por saber si después del affair Moncloa les mantendrá en la terna. El concurso para desarrollar el trabajo seleccionado estaba contemplado en las bases del primero, hay que pensar que en realidad se tratará de hacer un logo nuevo. El presupuesto es de 30.000 euros, que tampoco es para tirar cohetes.
Los que trabajan para la administración y saben de esto dicen que nada hay más sospechoso que los concursos que se convocan en agosto, y cuyo plazo se cierra en los primeros días de septiembre. La suspicacia está servida, más aun si a ello se une que entre 320 ganó uno que ya trabajaba “para la casa”, pues el estudio Margen es el responsable del diseño de las webs corporativas de la Moncloa y la del Ministerio de la Presidencia del Gobierno.
Varios de los convocados han manifestado su intención de no participar en el “reconcurso”, lo que les honra. Y desmonta en parte la argumentación simplista de quienes defienden que los concursos abiertos rompen la inercia de que siempre sean los mismos los convocados.

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Álvaro Sobrino. Diseñador gráfico, periodista y editor.
Mantiene una columna en la revista VISUAL, con el nombre de Crónicas de Pseudonimma, donde recoge opiniones de otros y las suyas propias acerca de la actualidad del diseño español.