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20.12.03

El colegio de diseñadores

Anda el río revuelto con el asunto del Colegio de Diseñadores que se constituirá en Catalunya. Y es que parece que los diseñadores siempre llegamos los últimos a todas partes. Cuando la estructura colegial de las profesiones está abiertamente en crisis, incluso en aquellas que acumulan años y tradición en el asunto –arquitectos, médicos, abogados...– y se ve superada por la realidad misma, por las normativas europeas en lo que se refiere a la libre circulación de las personas y su ejercicio profesional, y por un modelo de sociedad que arrincona cada vez más los corporativismos gremiales, resulta que los diseñadores gráficos nos vamos a encontrar con unos colegios que ni hemos echado de menos, ni hemos pedido de manera consensuada, ni maldita la falta que nos hace.
Pero llegados a este punto, a mí, la verdad, me parece que el tema bien encauzado no debería traer consigo tanto revuelo ni polémica. Desde fuera, desde muy fuera, una tiene la sensación de que esto no es sino el final de viejas rencillas que parecían olvidadas, y que ahora despiertan de pronto con toda su magnitud. Y esto sucede seguramente porque el tema del colegio, en abstracto, es más para la divagación y la tertulia, pero cuando se convierte en algo concreto, en éste colegio, todo cambia de cariz. Y es que el colegio es, básicamente, poder. A diferencia de las asociaciones, que mantienen su lucha por ganarse el aprecio y la adscripción de unos profesionales que en su mayoría deciden invertir en otras partidas la miseria que supone una cuota, la pertenencia al colegio es por la vía del “trágala”, que suele resultar mucho más gratificante para quienes manejan el cotarro. Por otra parte, si las asociaciones deben luchar por repartirse una cuota de mercado, el colegio no tiene, porque así lo dice la ley, posibilidad de que nadie le compita. Con estas premisas, no será de extrañar que a partir de ahora los movimientos y requiebros de la política interna del diseño dejen en un juego de niños el asunto del arbitraje en el Mundial, por poner un ejemplo de actualidad.
La historia viene de muy atrás, hace más de veinte años, cuando un puñado de diseñadores deciden solicitar la creación del colegio. Han sido veinte años de lucha en solitario, y digo en solitario porque se les ha hecho menos caso que a Villar en la FIFA. Pero inasequibles al desaliento han seguido en lo suyo, a muchos cuerpos de distancia de la adegé, que ha sido la asociación “por defecto”, y que a nadie escapa que nunca fueron capaces de acercársele, ni por la cantidad de socios, ni por la relevancia de los nombres, ni por la repercusión de las actividades –permítaseme, al lado de los Premios Laus y del Fórum Laus, lo demás que se hace en Barcelona en materia de diseño gráfico desde las asociaciones es un esperpento–.
Y de golpe, por un estrambote legal, parece que se va a dar la vuelta a las tornas, y que el mango de la sartén va a tener ahora un nuevo dueño claro.
El asunto es finísimo: ¿cómo convencerán las asociaciones a sus miembros de que, abocados a la necesaria colegiación, mantengan sus fichas de asociados en lo que ahora es duplicidad de servicios? me recuerda a lo que sucede con la seguridad social y las sanitarias privadas. Éstas últimas podrán ser más baratas y mejores, pero la otra es de obligado cumplimiento. El colegio asumirá en exclusiva muchas de las funciones que hasta ahora han venido realizando las asociaciones (peritajes, relaciones con la administración, interlocuciones varias, respaldo y supervisión a las iniciativas de promoción del diseño, etc); mucho me temo que les van a quedar pocas más atribuciones de las que tendría un club social. Y no sé si con ello se va a justificar su existencia, ni si van a ser capaces de argumentar el pago de las cuotas a sus asociados.
Y en éstas, según me cuentan, parece que el Códig no está muy por la labor de compartir la bicoca que le ha caído por la gracia de los políticos. La postura es más bien la contraria: aquí ahora son ellos los que cortan el bacalao, y parece que van a hacerlo sin encomendarse a nadie y sin dar explicaciones. O al menos esa es la sensación que da.
Llama la atención también el mutismo de las escuelas, que pueden ser las principales afectadas, en la medida en que se parte de la premisa errónea de que las nuevas estructuras para la enseñanza del diseño son ya una realidad. Y eso dista mucho de ser cierto. Aunque su silencio también podría entenderse como un elemento a la defensiva, pues no están en condiciones de permitirse que sus alumnos, y los padres de esos alumnos, vivan de cerca una polémica que cuestiona la utilidad misma de seguir estudiando diseño.
Y en todo esto, empiezan a sentirse los primeros movimientos de las asociaciones en el resto del estado. Si hasta ahora nadie había sentido la necesidad, la existencia de un colegio de ambito autonómico puede abocar en la aparición en cadena de todos los demás. Nada sucede si no existen colegios, pero habiendo uno se hacen imprescindibles los demás. O sea, que se dará la paradoja de que los colectivos de diseñadores que nunca han querido tener colegio ni han hecho nada por tenerlo, tengan ahora que salir corriendo a pedir el suyo. Grotesco.

La anécdota

Es la anécdota, y como tal debe tomarse. Les contaré que cuando con mi amigo Google me puse a buscar documentación sobre este tema, había poca. Pero nos topamos que una web que nos llamó la atención:
www.pnlnet.com/colaboradores/a/2755 .
Es el curriculum de Pilar Y. Nada tendría de extraordinario, si no fuera porque entre sus méritos figura el de formadora en el Colegio Oficial de Diseñadores Gráficos de Catalunya. Es sabido que en los currículos, como en el sexo, todo el mundo miente. Pero debería alguien darle un toque, no sea que los malpensados crean que sin estar constituido el Colegio ya se están repartiendo las prebendas.

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Álvaro Sobrino. Diseñador gráfico, periodista y editor.
Mantiene una columna en la revista VISUAL, con el nombre de Crónicas de Pseudonimma, donde recoge opiniones de otros y las suyas propias acerca de la actualidad del diseño español.