Derechos de autor vs. derechos culturales
Resulta chocante, casi sonrojante, la facilidad con la que los intelectuales (es un modo de decir todos, en mayor o menor medida) nos alineamos sin reparos y con la mayor contundencia del lado de la abolición de las licencias y los royalties de medicamentos contra el sida o las vacunas de uso prioritario en el tercer mundo, y somos capaces de defender, con la misma vehemencia, que décadas después de muertos los generadores de bienes culturales haya que seguir soltando la tela a sus herederos para poder difundirlos. Es tanto como aceptar que la cultura es un bien no-prioritario, un lujo, que no justifica por sí su disfrute indiscriminado, como sucedería, o debería suceder, con la salud o los alimentos de primera necesidad. Pues bien, si se me permite, es al revés, los derechos culturales y el acceso al bien cultural debe ser, sin menoscabo de la lógica retribución por su trabajo al autor, objeto de pronta disposición libre, y en la medida de lo posible, ésta debería ser costeada por los estados en el caso de que exista coste soporte, si bien las nuevas tecnologías (que hay que democratizar) están acercándonos a pasos agigantados a una cultura de coste cero. Lo he leído recientemente en los encuentros digitales de elmundo.es: “es absurdo que no entendamos el .pdf como un formato ecológico, exportable, que no contamina, que puede llevar los contenidos a mas gente por menos dinero, incluso gratis... imagínate poder pasar el pan o la leche a .pdf... se acabaría el hambre en el mundo... ya que es posible hacerlo con la cultura, hagámoslo”.
A partir de esta situación nueva de difusión cultural, los valores que hemos manejado hasta ahora entran en crisis como modelo establecido. Ha sucedido en la música, cuyo mercado está precisando de una revisión meteórica en la que, cada vez más, las necesidades pasan por valor añadido, menores desembolsos y la demostración de que la miopía inoperante de las grandes distribuidoras pueden dar al traste con el mercado, eso sí, a beneficio de los pequeños (más ágiles) y de los propios autores que pasan a ser el auténtico eslabón prioritario de la cadena. Con el cine va a pasar algo similar, y lo que puede ser temblar de estructuras para las grandes superproducciones bien llevado puede ser río revuelto y ganancia de los más independientes, los experimentales o los que “no están en el circuito”.
Los diseñadores hemos sido poco quisquillosos con lo de los derechos de autor, de reproducción y con nuestra propiedad intrelectual, que parece que mientras nos la paguen bien nos importa poco. Nada que ver lo nuestro con los artistas plásticos, los fotógrafos o los ilustradores... pues vaya a ser que al final todo parece apuntar a que el modelo futuro anda mucho más cerca de lo nuestro que de lo de ellos, o lo que es lo mismo: como quiera que las fronteras se difuminan, que lo de la red da al traste con las prerrogativas anteriores, que a ese campo no hay un dios que le ponga puertas, a lo que habrá que añadir la obsesión de los grandes magnates por centralizar, globalizar, concentrar y controlar el mercado de lo reproducible, como quiera, decía, que eso ya lo tenemos aquí, el único modelo a seguir es el que nosotros los grafistas adoptamos hace tiempo: cobrar por producir, que no por lo que se reproduce. Al final nos la juegan lo mismo que a los artistas plasticos, fotografos o ilustradores... pero nos ahorramos el berrinche. Con gracia sobrada lo cuenta un andaluz catalán diseñador: “pues eso, que querer cobrar por cada vez que se reproduce un diseño nuestro sería tanto como que el cirujano plástico reclamara su parte por cada aparición en televisión de las tetas de las famosas”. Es una manera de verlo.
(de Pseudonimma)
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