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12.12.05

Mercado editorial, y 2: El encargante

Parece una cuestión baladí, y sin embargo, detrás esconde posiblemente una de las causas con más peso específico en el descenso de calidad del diseño editorial.
El diseño editorial es sin duda vocacional, en el sentido más sacerdotal de la palabra: como los frailes, los diseñadores editoriales deberán recibir la llamada del libro, y abrazar el voto de pobreza antes de dedicarse profesionalmente a diseñar cubiertas e interiores.
Bromas aparte, tradicionalmente un libro –o una colección en su caso– se consideraba dentro de la estructura jerárquica y funcional de las editoriales como un proyecto unitario. Un director de proyecto (en algunas editoriales lo llaman responsable editorial, en otras simplemente editor) supervisaba todo el proceso y engarzaba el trabajo de los distintos participantes, actuando no sólo como responsable, sino muchas veces como árbitro. Así el diseñador reportaba a una única persona con autoridad máxima en su parcela, que además actuaba de hombre bueno (o mujer, entiéndaseme bien) en la relación no siempre fluida, muchas veces incluso tormentosa, entre el portadista y el autor del texto, quien considera el libro como algo suyo en el conjunto, lo que le daría derecho a opinar e imponer en todo aquello que le afecte.
Son pocas las editoriales que siguen respetando este esquema. En la mayoría, aquel responsable editorial lo sigue siendo de todo el libro excepto de las cubiertas. La consecuencia ha sido catastrófica. En esa situación, los buenos diseñadores de libros, han perdido cualquier ilusión por entregarse a la definición gráfica de los interiores, la parte menos agradecida pero no por ello menos importante, a sabiendas de que no podrán hacer también la portada. De este modo, la calidad de los diseños de interiores ha caído en picado, y es actualmente realizada en muchos casos por reconvertidos montadores de imprenta (con todo respeto lo digo), o diseñadores nobeles, menos preparados. Las cubiertas, a su vez dependerán del departamento de Marketing o de ventas: serán contratadas como un packaging, con criterios exclusivamente de impacto en el lugar de venta, como sucede con un tarro de mermelada o un Brick de leche. Serán sometidos a test de percepción y de reacción del comprador, y los resultados de estas pruebas serán argumento de peso específico en las decisiones.
En ese proceso, se pierde por un lado la especialización del diseñador de libros, porque el “oficio” deja de ser un grado ante la hegemonía del “eficacismo”. Ahora el experto deberá serlo en pasar los pretest (y los hay, buenísimos, aunque sean diseñadores mediocres). El buen diseñador de libros quedará para unas pocas ediciones o se reciclará para abarcar otros terrenos que le garanticen la subsistencia.

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Álvaro Sobrino. Diseñador gráfico, periodista y editor.
Mantiene una columna en la revista VISUAL, con el nombre de Crónicas de Pseudonimma, donde recoge opiniones de otros y las suyas propias acerca de la actualidad del diseño español.